sábado, 8 de mayo de 2010

¿HACIA DÓNDE VA LA UNIÓN POR EL MEDITERRÁNEO?


El proceso de Barcelona, también llamado Unión por el Mediterráneo, contempla la creación de una zona de libre cambio de prosperidad compartida en la región mediterránea, a través de la asociación económica, con los siguientes objetivos: la liberalización de las economías de los países terceros mediterráneos (PTM); la integración de estos países en los mercados mundiales; y el aperturismo comercial. Esta declaración se basa también en la asociación política; la económica y financiera; y la cooperación.

La Asociación Euromediterránea, un proceso que se lanzó hace 15 años, ha tenido como principal obstáculo el conflicto palestino-israelí. Este proceso se hace esencial por tres cifras básicas: hay 230 millones de habitantes en la orilla meridional del Mediterráneo; el PIB es ocho veces menor que el de la UE; y el 55% de los intercambios comerciales de estos países se efectúa con la UE. Hay que apuntar que para firmar un acuerdo de libre comercio con la UE, hay que realizar determinadas reformas en el ámbito económico, así como determinadas reformas de funcionamiento, a lo que el poder político se resiste en el caso de los países meridionales. Además estos países sólo pueden plantearse la asociación con Europa si se unen entre ellos mucho más de lo que lo están actualmente.

El éxito del desarrollo de las relaciones entre el Norte y el Sur radica ante todo en la capacidad de los países meridionales de realizar transformaciones económicas y políticas, así como la modernización del aparato del Estado, para así tener mayor visibilidad. No obstante, una gran ventaja de este proceso es que ha permitido una mayor sensibilización de los países del norte hacia los problemas de los países de la orilla sur del Mediterráneo, al mismo tiempo que recalca la necesidad de un interés mayor de los países socios mediterráneos de la otra orilla, sobre todo en lo que concierne a temas no económico-financieros.

Me gustaría destacar la importancia de algunos hechos del pasado, que probablemente ayuden a entender mejor la situación actual en la franja sur del Mediterráneo. Uno de los principales desencuentros “euro-árabes” fue la creación del Estado de Israel en 1948 (que desencadenó sucesivos conflictos y guerras entre este y algunos países árabes) y la falta de proyecto real de un Estado Palestino hasta el momento. Además, nos encontramos con las desavenencias históricas que supuso la independencia de las naciones en Oriente Próximo y en el Magreb de las potencias europeas (principalmente francesa y británica).
Los magrebíes, que habían participado en la guerra contra la Alemania nazi y en la liberación de varios países europeos, no habían comprendido que, en 1945, París no había hecho ningún reconocimiento de su soberanía. Posteriormente a esta época, se puede decir que los regímenes europeos se mantuvieron más favorables a los israelíes que a los árabes y a los regímenes conservadores que a los dirigentes nacionalistas (caso del egipcio Nasser en 1956). Lo curioso es que estos nacionalistas, acusados muchas veces de “dictadores”, eran tan modernistas que pretendían asegurar el desarrollo de su país inspirándose en el modelo europeo, lo que demuestra esa falta de confianza de todo aquello que procede del Norte de la orilla del Mediterráneo.

Otro desencuentro es la cuestión de los reagrupamientos regionales. En nombre del principio de «divide y vencerás», las antiguas potencias coloniales no favorecieron hasta comienzos de los años 80 las tentativas unitarias del conjunto del mundo árabe y, aún menos, de cada país. En efecto, existe la Liga Árabe, que fue fundada en 1945; sin embargo, no es más que una adición de Estados que se ha mostrado realmente inoperativa tanto a nivel económico como político y de cooperación. Además, los miembros de la Liga Árabe consideran que la UE es como una fortaleza frente a ellos, con la que es imposible competir a nivel político y, sobre todo, económico. La Unión del Magreb Árabe (UMA), creada en 1989, es más de lo mismo y realmente nulos progresos se han logrado dentro de su seno, a sabiendas del embargo impuesto a Libia en los años 80 y la grave situación de Argelia en los años 90, sin olvidar el conflicto del Sáhara.

La primera Guerra del Golfo fue una cuestión que afectó negativamente al Mundo Árabe y, nunca, desde la creación de la Liga Árabe, este se había mostrado tan dividido desde Irak a Marruecos. En lo que se refiere a cuestiones económico-tecnológicas, los dirigentes modernistas habían optado por un desarrollismo populista que se decantó más por la industrialización que por la agricultura, así que cuando llegó el momento de ocuparse de esta última, fue para mecanizarla. Los países árabes, incitados por Europa y los EEUU, compraron fábricas sin antes darse los medios para generar su propio camino hacia la industrialización. Después de 50 ó 60 años de independencia, estos países han descubierto, lamentablemente, que siguen dependiendo excesivamente del extranjero. Por añadidura, la reciente intervención bélica en Irak (de la que eran partidarios el Reino Unido y España) ha vuelto a suponer un vuelco a la relación de Europa, en general, y el Mundo Árabe. Cabe recordar, también, las recientes agresiones de Israel contra el Líbano y Palestina, así como «el quien calla otorga» de la UE. No obstante, en un sentido histórico, se ha podido demostrar un entendimiento válido «euro-árabe», en el que la solidaridad entre las culturas ha sido siempre la base de las síntesis constructivas.

Me gustaría subrayar que la mayoría de las importaciones y exportaciones de los países de la UMA se llevan a cabo con la UE, otro porcentaje mínimo con los EEUU y otro prácticamente imperceptible con el resto de países africanos y de Oriente Próximo. Por ello, la implicación de la UE, ahora más que nunca, se hace providencial, sobre todo porque ha de tener en cuenta que la sociedad civil en la otra orilla del Mediterráneo es nulamente representada por sus respectivos gobiernos. En mi modesta opinión, la mayoría de los ciudadanos árabes valorarían de manera muy positiva la adhesión a la UE, sobre todo en cuanto a la cooperación económica se refiere. De hecho, considero que esta cooperación es urgente y necesaria para que los países árabes puedan prosperar, democratizarse, crear una política común, abrir mercados, etc. Esto podría incidir también en una disminución de los movimientos integristas de tipo religioso y en la reducción de las fuerzas de Al-Qaeda y sus grupos asociados en la región del Mediterráneo. Asimismo, podría disminuir las posibles consecuencias negativas de la inmigración irregular y clandestina, una de las grandes asignaturas pendientes de la UE.

No hay que olvidar el elevado número de emigrantes magrebíes que residen en suelo europeo y que tienen mucho que decir y hacer en materia de este Proceso de Barcelona. Para ello, realmente haría falta una cooperación concebida en términos de codesarrollo entre iguales. Quizás una zona de libre mercado entre la Asociación de la Euromediterránea y la Liga Árabe en su conjunto sea una de las claves de la prosperidad para las zonas más desfavorecidas. A modo de ejemplo, citaré el reciente acuerdo de unificación de la moneda de los seis países árabes del Golfo Pérsico, los cuales deberían ayudar a otros de sus denominados “pueblos hermanos”. Una Unión Europea unificada con el resto de países mediterráneos y árabes podría ser una de las grandes estrategias geo-políticas, lo que sería altamente beneficioso para nuestra región del Mediterráneo y de gran atractivo para la inversión internacional.

Realmente, de poco sirve esconder o intentar ocultar los obstáculos, es preciso que se pongan sobre la mesa y que se discuta absolutamente todo, porque evidentemente hablamos de un proceso y de unas transformaciones muy difíciles de materializar. Hay que reconocer que la situación de los Derechos Humanos y de la práctica de la democracia es muy triste en casi todos los países árabes mediterráneos debido, en buena parte, a los escasos recursos de los que disponen. A nivel político y económico, muchas de las carencias se deben a las propias contradicciones de los gobiernos y a la mala gestión de estos. Es preciso que Europa se dé a conocer mejor en los países árabes y que les ayuden a resolver las contradicciones internas de sus gobiernos. Allí es donde el papel de la UE resulta fundamental como modelo de zona libre económica y de prosperidad y así asimilar su savoir-faire, sobre todo en materia económica y de cooperación. Sin embargo, no hay que ser pesimistas y es necesario creer en el entendimiento entre las dos orillas del Mediterráneo, especialmente por todo lo que compartimos, por nuestro pasado y nuestra historia; pero también por el futuro y porque intentar construir fronteras allí donde no existen sería un gravísimo error para la prosperidad de esta región. Quizás en un futuro, en vez de hablar del Proceso de Barcelona, se empiece a hablar también del Proceso de Gaza.

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